1. El texto (1,4-10)
Jeremías cuenta su vocación del siguiente modo:
4 El Señor me dirigió la palabra:
5‑Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos.
6 Yo repuse:
‑¡Ay Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho.
7 El Señor me contestó:
‑No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás. 8 No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte ‑oráculo del Señor‑.
9 El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo:
10 ‑Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar.
2. Género literario del relato
Según Habel, el relato de la vocación de Jeremías sigue el esquema del de Gedeón[i], en el que se detectan seis elementos:
a) encuentro con Dios (Jue 6,11b-12a);b) discurso inicial (12b-13);c) orden, con los verbos técnicos "ir" y "enviar";d) objeción del enviado (15);e) palabras de aliento, con la fórmula "yo estaré contigo" (16);f) signo de la elección divina (17).
Este mismo esquema se da en la vocación de Jeremías, con la pequeña variante de que la objeción precede a la orden, cosa comprensible, ya que la orden aparece implícitamente en el discurso introductorio al decir Dios "te nombraré profeta de las naciones".
3. Comentario
Encuentro con Dios (4). Llama la atención el carácter tan distinto con respecto a otras vocaciones. Mientras Isaías contempla el trono de Dios rodeado de serafines, y Ezequiel describe una extraña teofanía, Jeremías se limita a decir "recibí la palabra del Señor". Ella es lo único decisivo para toda su vida. El lugar, incluso el modo, son secundarios. Todo el peso recae en esta palabra que se comunica al hombre.
Discurso inicial (5). La idea principal se encuentra al final del verso: "te nombraré profeta de los pueblos". Pero esta decisión de Dios es muy antigua. No se produce en un momento ni se basa en un ofrecimiento personal del hombre, como ocurre en Isaías. Dios piensa en Jeremías antes de que nazca. Lo que más subraya el texto es la acción de Dios (tres verbos en primera persona: te he formado, elegido, consagrado) y el sujeto que se beneficia de esa acción de Dios (cuatro veces la forma pronominal "te"). Sin embargo, al final se rompe la relación yo-tú para abrirse a los otros, a todos los pueblos. Jeremías, al que se ha definido con frecuencia como el profeta de la intimidad, nos dice desde el principio que no ha sido elegido para "gozar de Dios" sino para entregarse a los demás. Y el modo de esa entrega será el de un profeta, el de una persona que habla en nombre de Dios.
Objeción (6). A la acción divina sigue la reación humana. Jeremías siente miedo, no por hallarse ante el Dios Santo, como Isaías, sino por la grandeza de su misión, para la que se considera inadecuado. Como Moisés, aduce que no sabe hablar, y añade un argumento de mayor peso, su edad tan joven.
Orden (7). Pero Dios no acepta su objeción, porque no le preocupan los valores o cualidades de sus mensajeros. La orden incluye cuatro vervos fundamentales para la concepción del profeta: "enviar" y "confiar una orden" por parte de Dios; "ir" y "hablar" por parte del hombre. Los cuatro se corresponden en binas: enviar-ir, confiar una orden-hablar. Esta experiencia es básica en Jeremías, que acusará repetidamente a los falsos profetas de que Dios no los ha enviado ni les ha dado una orden (cf. 14,14). Al exponer su objeción, Jeremías se había quedado en su problema personal, prescindiendo de los intereses de Dios y de las necesidades ajenas. Ahora el Señor restablece la relación yo-tú-ellos, la única que justifica una vocación.
Palabras de aliento (8), con la fórmula típica "yo estaré contigo". El verso revela un dato muy importante: el problema de Jeremías no radica en sus cualidades oratorias ni en su juventud sino en su miedo; no un miedo al mensaje, sino a las personas. Podríamos pensar que se trata sólo de fórmulas hechas, pero el resto del libro demuestra que éste fue uno de los grandes problemas del profeta durante toda su vida.
Signo (9-10). Se inserta perfectamente en el contexto. Todo lo anterior está centrado en el tema de la palabra y del hablar. Por eso Dios toca la boca[ii] y pone sus palabras en ella. Con esta última expresión -que es una fórmula hecha, como demuestran los casos de Balaán y Elías- se refrenda la autoridad del profeta, al subrayar que su mensaje no es invención humana sino palabra del Señor. En el v.10, las consecuencias de la actividad de Jeremías se expresan con seis verbos; dos de ellos (destruir y demoler) rompen el ritmo, el paralelismo y las aliteraciones. Muchos autores piensan que se añadieron aquí por influjo de textos paralelos (18,7; 24,6; 31,28)[iii]. En cualquier caso, la misión de Jeremías implica la destrucción de lo antiguo y la creación de algo nuevo. No es una vocación para el inmovilismo, para conservar lo anterior. En una época de crisis, Dios va a pronunciar una palabra importante, que no cabe en moldes antiguos.
Las diferencias con el relato de Isaías son notables. Algunas de ellas las hemos indicado de pasada. El conjunto parece totalmente diferente. El concepto de intimidad resulta más acentuado que el de servicio, típico de Isaías. Sin embargo, hay coincidencias fundamentales. Todo está en función de la palabra que se debe transmitir al pueblo, palabra de condena y de esperanza, que chocará inevitablemente con las expectativas de los contemporáneos. Por otra parte, Jeremías también descubre aspectos nuevos de Dios, inesperados quizá para él, que condicionarán toda su vida. Sobre todo, ese aspecto del Dios que lo obliga a aceptar un destino que no le atrae. Veremos más adelante lo que esto supuso para Jeremías.
NOTAS
[i]. Cf. N. Habel, "The Form and Signifiance of the Call Narratives": ZAW 77 (1965) 297-323. Distingue dos tipos de relatos: el representado por Gedeón, Moisés, Jeremías, y el representado por Isaías y Ezequiel.
[ii]. Se advierte una clara diferencia con el signo recibido por Isaías; también a él le tocan los labios, pero se trata de un rito de purificación.
[iii]. Así Volz, Rudolph, Vogt, Weiser, Steinmann, etc. Nötscher se niega a suprimirlos y Penna piensa que es posible mantenerlos para poner de relieve la misión destructora del profeta. Es difícil decidirse, aunque la eliminación de esos dos verbos permite un equilibrio perfecto entre la misión destructiva (arrancar y arrasar) y constructiva (edificar y plantar).
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