miércoles, 29 de agosto de 2007

5.2. ESPERANZA DE FUTURO


Norbert Lohfink descubre en los cc. 30-31 un poema de siete estrofas (30,5-7.12-15.18-21; 31,2-6.15-17.18-20.21-22) que anuncia al Norte un futuro nuevo y lo invita a unirse al Sur, aceptando su rey (Josías) y su santuario (Sión). Según Lohfink, resulta inevitable hablar de Jeremías como de un "propagandista del rey Josías y de su política".
Ofrezco su reconstrucción con un breve comentario: tras describir la situación trágica en la que se encuentra el pueblo (1ª estrofa) y justificarla por sus muchos pecados (2ª), el profeta anuncia un cambio de situación (3ª) y anima a los israelitas a marchar a Sión/Jerusalén (4ª). En ese momento, las palabras consoladoras son interrumpidas por la queja realista de la matriarca Raquel, que llora la pérdida de sus hijos; se le promete que volverán del destierro (5ª). Con un cambio de imagen, quien habla ahora es Efraín (epónimo y símbolo del pueblo), pidiendo a Dios la capacidad de convertirse; y éste reacciona con palabras parecidas a las de Oseas: "¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión" (6ª). El poema termina dirigiéndose a Israel como muchacha, invitándola a volver y asegurándole un futuro feliz y fecundo.

1ª estrofa: situación trágica
Así dice el Señor:
Gritos de pavor hemos oído, de terror y sosiego.
6 Preguntad y averiguad: ¿Es que da a luz un varón?
¿Qué veo? Todos los varones, como parturientas,
las manos a las caderas, los rostros demudados y lívidos.
7 ¡Ay! Aquel día será grande y sin igual,
hora de angustia para Jacob.
Pero saldrá de ella.
2ª estrofa: Por tus muchos pecados
12 Así dice el Señor:
Tu fractura es incurable, tu herida está enconada,
13 no hay remedio para tu dolencia ni cura que cierre tu herida.
14 Tus amantes te olvidaron y ya no te buscan,
porque te derrotó el enemigo con cruel escarmiento;
por la masa de sus crímenes, por tus muchos pecados.
15 ¿A qué gritas por tu herida? Tu llaga es incurable;
por la masa de tus crímenes, por tus muchos pecados
te he tratado así.
3ª estrofa: Cambiaré tu suerte
18 Pues así dice el Señor:
Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob,
compadecido de sus moradas;
sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad,
su palacio se asentará en su puesto;
19 resonarán allí himnos y rumores de fiesta;
los haré crecer y no menguar,
los honraré y no serán despreciados.
20 Serán sus hijos como antaño,
asamblea estable delante de mí;
21 castigaré a sus opresores,
de ella saldrá su príncipe,
de ella nacerá su jefe, y yo lo acercaré hasta mí;
¿quién, si no, osaría acercarse a mí?
4ª estrofa: A Sión
31 2 ‑Así dice el Señor:
El pueblo escapado de la espada alcanzó favor en el desierto:
Israel camina a su descanso, 3 el Señor se le apareció desde lejos.
Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad;
4 te reconstruiré y quedarás construida, capital de Israel;
de nuevo saldrás enjoyada a bailar con panderos en corros;
5 de nuevo plantarás viñas en los montes de Samaría,
y los que las plantan las cosecharán.
6 "¡Es de día!", gritarán los centinelas en la sierra de Efraín,
"en pie, a Sión, a visitar al Señor, nuestro Dios".
5ª estrofa: Queja-esperanza (Raquel)
15 Así dice el Señor:
Oíd, en Ramá se escuchan gemidos y llanto amargo:
es Raquel, que llora inconsolable a sus hijos que ya no viven.
16 Pues así dice el Señor:
Reprime tus sollozos, enjuga tus lágrimas ‑oráculo del Señor‑,
tu trabajo será pagado, voverán del país enemigo;
17 hay esperanza de un porvenir ‑oráculo del Señor‑,
volverán los hijos a la patria.
6ª estrofa: Lamento-perdón (Efraín)
18 Estoy escuchando lamentarse a Efraín:
Me has corregido y he escarmentado, como novillo indómito;
vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios;
19 si me alejé, después me arrepentí,
y al comprenderlo me di golpes de pecho;
me sentía corrido y avergonzado
de soportar el oprobio de mi juventud.
20 ¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto!
Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello,
se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión
‑oráculo del Señor‑.
7ª estrofa: Invitación a volver
21 Coloca mojones, planta señales,
fíjate bien en la vía por donde caminas,
vuelve, doncella de Israel, vuelve a tus ciudades,
22 ¿hasta cuándo estarás indecisa, muchacha esquiva?,
que el Señor crea de nuevo en el país,
y la hembra abrazará al varón.
NOTAS

N. Lohfink, "Der junge Jeremia als Propagandist und Poet": BETL 54 (1981) 351-68.

5.1. PECADO Y CONVERSIÓN



Como hemos indicado, Jeremías comenzó su actividad profética en el territorio del antiguo reino de Israel, invitando a las tribus del norte a reconocer su pecado y convertirse. Esos oráculos los utilizó más tarde el profeta para dirigirlos al reino sur, Judá, y a su capital, Jerusalén. Bastaba realizar ligeros retoques. Por ejemplo, el c.2 contiene un poema dirigido a la Casa de Jacob y a todas las tribus de Israel (Reino Norte). Pero era muy fácil adaptarlo al Reino Sur, añadiendo al comienzo:
"El Señor me dirigió la palabra:
‑Ve, grita, que lo oiga Jerusalén.
Esta referencia a la capital del sur basta para que los judíos se apliquen todo lo que sigue. Entresaco algunos de los textos más importantes de los capítulos 2-3.

1. Una historia de pecado (2,2-19)

En el comienzo de los capítulos 2-3 descubre Vogt un poema en ocho estrofas. Su división y subtítulos pueden resultar subjetivos, pero ayudan a comprender mejor el mensaje del profeta.

1ª estrofa: El amor inicial
Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia,
cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma.
Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha:
quien osaba comer de ella lo pagaba,
la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-
2ª estrofa: El olvido de Dios
Escuchad la palabra del Señor,
casa de Jacob, tribus todas de Israel:
Así dice el Señor:
¿Qué delito encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí?
Siguieron tras vaciedades y se quedaron vacíos,
en vez de preguntar: ¿Dónde está el Señor?
3ª estrofa: Los beneficios divinos
El que nos sacó de Egipto y nos condujo por el desierto,
por estepas y barrancos, tierra sedienta y sombría,
tierra que nadie atraviesa, que el hombre no habita.
Yo os conduje a un país de huertos,
para que comieseis sus buenos frutos;
pero entrasteis y contaminasteis mi tierra,
hicisteis abominable mi heredad
4ª estrofa: La culpa de los dirigentes
Los sacerdotes no preguntaban: ¿Dónde está el Señor?
Los doctores de la ley no me reconocían,
los pastores se rebelaron contra mí,
los profetas profetizaban en nombre de Baal,
siguiendo a dioses que de nada sirven.
Por eso vuelvo a pleitear con vosotros
y con vuestros nietos pleitearé -oráculo del Señor-.
5ª estrofa: El contraste con los otros pueblos
Navegad hasta las costas de Chipre y mirad,
despachad gente a Cadar y observad atentamente:
¿Cambia un pueblo de dios? Y eso que no es dios.
Pues mi pueblo cambió su Gloria por el que no sirve.
6ª estrofa: Los dos grandes pecados
¡Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos! -oráculo del Señor-,
porque dos maldades ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí, fuente de agua viva,
y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua.
7ª estrofa: Consecuencias de la apostasía
¿Era Israel un esclavo o un nacido en esclavitud?
Pues, ¿cómo se ha vuelto presa de leones
que rugen contra él con gran estruendo?
Arrasaron su tierra, incendiaron sus poblados
hasta dejarlos deshabitados.
Incluso gente de Menfis y Tafnes te raparon la coronilla.
8ª estrofa: La amargura del pecado
¿No te ha sucedido todo esto por haber abandonado al Señor tu Dios?
Tu maldad te escarmienta, tu apostasía te enseña:
Mira y aprende que es malo y amargo abandonar al Señor, tu Dios,
sin sentir miedo -oráculo del Señor de los ejércitos-.

En este poema ofrece Jeremías una meditación histórica sobre la apostasía del Reino Norte, de tan trágicas consecuencias. Ya desde el principio se denuncian los dos pecados fundamentales: alejarse de Dios y seguir a los ídolos. Luego desarrolla la idea con otras imágenes. Alejarse del Señor equivale a no preguntar por él, rebelarse contra él, abandonar la fuente de agua viva, no respetarle. La idolatría consiste en seguir vaciedades, profanar la tierra con cultos de fecundidad, profetizar por Baal, cavar aljibes agrietados. La expresión más lograda del pecado es “me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua”. Sustituir a Dios por cualquier realidad absurda y sin contenido.

Jeremías insiste en lo incomprensible que resulta el pecado. Dios no ha dado motivos («¿qué falta encontraron en mí vuestros padres?»), sino todo lo contrario (véase la estrofa 3 sobre los beneficios divinos); ningún pueblo abandona a su Dios; en sí misma, la apostasía es absurda.

También subraya las consecuencias del pecado: devastación de la tierra (estrofa 7), en contraste con la espléndida tierra de huertos (estrofa 3); amargura y tristeza (8, en contraste con el amor y cariño iniciales (1).

Su mensaje es de enorme actualidad para cualquiera de nosotros, ya que desvela la ingratitud y tragedia de nuestros pecados. Pero debemos evitar el peligro de contentarnos con una interpretación individualista. Jeremías no se refiere primordialmente a los pecados del individuo, sino a los de la colectividad, el pueblo de Dios. Estas palabras sólo pueden actualizarse reflexionando como Iglesia sobre nuestra situación. ¿Hemos abandonado a Dios para seguir a los ídolos? ¿Cuáles son nuestros ídolos? ¿Qué pérdidas nos han provocado? Me limito a dos sugerencias:

a) En los profetas anteriores al exilio es fundamental la idea de que no se puede servir a dos señores, Yavé y Baal (recordar el enfrentamiento protagonizado por Elías en el monte Carmelo: 1 Re 18,21). Este principio se actualiza a veces aplicándolo a la política: no es posible aliarse con Dios y aliarse con Egipto y Asiria. Se caería en una idolatrización de las grandes potencias. Tampoco es posible servir a Dios y a la riqueza, como dirán los mismos profetas y subrayará especialmente Jesœs. Estas ¡reinterpretaciones! demuestran que la idolatría siempre tiene actualidad.

b) Aunque en nuestra situación de idolatría es posible que la mayor culpa la tengan los dirigentes (como dice Jeremías en la estrofa 4), la actitud cristiana no debe ser de simple crítica demagógica; cada uno debe incluirse en el pecado y reconocer la necesidad de convertirse.

lunes, 27 de agosto de 2007

5. DURANTE EL REINADO DE JOSÍAS (¿627? - 609)



Como indicamos antes, tenemos muy pocos datos sobre la vida y actividad del profeta en estos años. Por eso no extraña que los comentaristas hagan las hipótesis más variadas. Para Rudolph, Jeremías permanece en Anatot después de la vocación. Nötscher y Weiser piensan que marchó inmediatamente a Jerusalén para cumplir su misión profética. Vogt afirma que se dirigió al norte. Teniendo en cuenta que se trata de un largo período de dieciocho años, lo más probable es que todo esto ocurriese, sin que una hipótesis excluya otras.

Al reconstruir la actividad del profeta en esta época[i] conviene recordar que su vocación ocurre durante la reforma religiosa y política de Josías, comenzada tímidamente el año 632 y que culminará el 622 con el descubrimiento del Libro de la Ley. Por consiguiente, podemos distinguir una etapa en la que era preciso seguir fomentando la reforma (627-622), un período de euforia (622 y siguientes) y quizá, como sugiere Bright, unos años finales de enfriamiento.

1. Actitud de Jeremías ante la reforma religioso-política de Josías

Mucho se ha discutido sobre la actitud de Jeremías ante la reforma[ii]. Según Farley, Puukko, Duhm y otros, el profeta se habría opuesto decididamente a ella por lo que tenía de superficial y engañosa. Así se comprendería la dura crítica de 8,8: "¿Por qué decís: somos sabios, tenemos la ley del Señor? Si la ha falsificado la pluma falsa de los escribanos". Y también se comprendería que, al descubrirse el Libro de la Ley, Josías no mandase consultar a Jeremías, sino a la profetisa Julda (2 Re 22,13s).

Sin embargo, son más quienes piensan que el profeta vio la reforma con buenos ojos. Una serie de datos confirma esta segunda interpretación. Jeremías coincidió con cinco reyes, y sólo habló bien de uno de ellos, Josías (cf. 22,15); la familia de Safán, uno de los mayores promotores de la reforma (cf. 2 Re 22,8-14), mantuvo muy buenas relaciones con Jeremías y lo libró incluso de la muerte (26,24; 29,3; 36,11-19; 39,14; 40,5-6); el profeta debió de ver en la lucha contra la idolatría y el sincretismo el cumplimiento de uno de sus deseos más profundos. Los partidarios de esta postura consideran justo afirmar que Jeremías no se opuso a la reforma; es probable que incluso colaborase con ella, aunque años más tarde la considerase insuficiente. Naturalmente, lo anterior sólo es válido en caso de que Jeremías hubiese actuado como profeta desde el año 13 del reinado de Josías.

2. El mensaje más antiguo de Jeremías

La mayoría de los comentaristas lo descubre en los capítulos 2-3 y 30-31, dirigidos básicamente al antiguo Reino Norte (Israel) y enriquecidos más tarde por el mismo profeta y sus discípulos con una serie de oráculos a Judá[iii].

Para comprender estos capítulos debemos recordar la problemática religiosa y humana de las personas a las que se dirigen. Desde el punto de vista religioso, el Reino norte fue siempre muy adicto a los cultos cananeos, como lo demuestran los relatos de Elías y el libro de Oseas. Esto implicaba un abandono de Dios, cambiar la fuente de aguas vivas por aljibes agrietados (2,13). Desde el punto de vista humano, la situación era de profundo desánimo; al recuerdo de los deportados un siglo antes (año 720) se unían las ciudades despobladas, una economía muy precaria y la falta de cohesión política.

El problema religioso lo trata Jeremías especialmente en los capítulos 2-3, donde habla del pecado y conversión. En 30-31 predomina el aspecto humano y el mensaje de salvación[iv]: el sufrimiento del pueblo se volverá alegría, retornarán los desterrados y habrá abundancia de bienes.
A estos temas dedicaremos los dos apartados siguientes.

NOTAS


[i]. H. H. Rowley, "The Early Prophecies of Jeremiah in their Setting": BJRL 45 (1962/63) 198-234, concede capital importancia a la invasión escita. Para él, este hecho fue el que motivó la vocación de Jeremías y sus primeros oráculos. Al no cumplirse sus predicciones, el profeta atravesó una profunda crisis (15,10-20); además, quedó desprestigiado, y por eso no lo consultaron el año 622, al descubrirse el libro de la Ley. Sin embargo, Jeremías apoyó inicialmente la reforma de Josías; esto le provocó la persecución de sus paisanos de Anatot, familia sacerdotal que salía perjudicada con la centralización del culto (11,18-12,6). Más tarde, quizá se desilusionase de los resultados de la reforma. De esta reconstrucción de Rowley, el punto más discutido es el de la invasión escita. Se oponen a ella: F. Wilke, "Das Skythenproblem im Jeremiabuch", en Alttestamentliche Studien für R. Kittel (Leipzig 1913) 222-54; J.P. Hyatt, "The Peril from the North in Jeremiaj": JBL 59 (1940) 449-513; R. P. Vaggione, "Over all Asia? The Extent of the Scythian Domination in Herodotus": JBL 92 (1973) 523-30, también considera muy poco probable, "si no imposible", la identificación del "enemigo del norte" con los escitas. A favor de la teoría escita se manifestaron: A. Malamat, "The Historical Setting of Two Biblical Prophecies": IEJ 1 (1950/51) 154-9; H. Cazelles, "Sophonie, Jérémie et les Scythes en Palestine": RB 74 (1967) 24-44.

[ii]. En orden cronológico, los principales trabajos sobre el tema son: J. Dahlet, Jérémie et le Deutéronome (Estrasburgo 1872); A. F. Puukko, Jeremias Stellung zum Deuteronomium (Leipzig 1913); G. Hölscher, "Jeremia und das Deuteronomium": ZAW 40 (1922) 233-39; F. A. Farley, "Jeremiah and Deuteronomy": ExpTim 37 (1925/26) 316-8; J. P. Hyatt, "Torah in the Book of Jeremiah": JBL 60 (1941) 381-90; Id., "Jeremiah and Deuteronomy": JNES 1 (1942) 156-73; A. Robert, "Jérémie et la réforme deutéronomique d'après Jér 11.1-14": ScRel (1943) 5-16; H. H. Rowley, "The Prophet Jeremiah and the Book of Deuteronomy", en Studies in OT Prophecy, Homenaje a T. H. Robinson (Edimburgo 1950) 157-74; H. Cazelles, "Jérémie et le Deutéronome": RScRel 39 (1951) 5-36; S. Granild, "Jeremias und das Deuteronomium": ST 16 (1962) 135-54; J. Scharbert, "Jeremia und die Reform des Joschija": BETL 54 (1981) 40-57.

[iii]. Naturalmente, los autores no se ponen de acuerdo al delimitar de forma exacta lo que pertenece al profeta y lo que corresponde a los discípulos. Véanse las opiniones tan distintas de S. Böhmer, Heimkehr und Neuer Bund. Studien zur Jeremia 30-31 (Gotinga 1976), que sólo atribuye al profeta 30,12-15.23-24; 31,2-6.15-20 y H. W. Hertzberg, "Jeremia und das Nordreich Israel": TLZ 77 (1952) 595-602, que le atribuye gran parte de los cc. 30-31.

miércoles, 22 de agosto de 2007

4. LA VOCACIÓN

1. El texto (1,4-10)

Jeremías cuenta su vocación del siguiente modo:
4 El Señor me dirigió la palabra:
5‑Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos.
6 Yo repuse:
‑¡Ay Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho.
7 El Señor me contestó:
‑No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás. 8 No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte ‑oráculo del Señor‑.
9 El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo:
10 ‑Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar.
2. Género literario del relato

Según Habel, el relato de la vocación de Jeremías sigue el esquema del de Gedeón[i], en el que se detectan seis elementos:
a) encuentro con Dios (Jue 6,11b-12a);
b) discurso inicial (12b-13);
c) orden, con los verbos técnicos "ir" y "enviar";
d) objeción del enviado (15);
e) palabras de aliento, con la fórmula "yo estaré contigo" (16);
f) signo de la elección divina (17).
Este mismo esquema se da en la vocación de Jeremías, con la pequeña variante de que la objeción precede a la orden, cosa comprensible, ya que la orden aparece implícitamente en el discurso introductorio al decir Dios "te nombraré profeta de las naciones".

3. Comentario

Encuentro con Dios (4). Llama la atención el carácter tan distinto con respecto a otras vocaciones. Mientras Isaías contempla el trono de Dios rodeado de serafines, y Ezequiel describe una extraña teofanía, Jeremías se limita a decir "recibí la palabra del Señor". Ella es lo único decisivo para toda su vida. El lugar, incluso el modo, son secundarios. Todo el peso recae en esta palabra que se comunica al hombre.

Discurso inicial (5). La idea principal se encuentra al final del verso: "te nombraré profeta de los pueblos". Pero esta decisión de Dios es muy antigua. No se produce en un momento ni se basa en un ofrecimiento personal del hombre, como ocurre en Isaías. Dios piensa en Jeremías antes de que nazca. Lo que más subraya el texto es la acción de Dios (tres verbos en primera persona: te he formado, elegido, consagrado) y el sujeto que se beneficia de esa acción de Dios (cuatro veces la forma pronominal "te"). Sin embargo, al final se rompe la relación yo-tú para abrirse a los otros, a todos los pueblos. Jeremías, al que se ha definido con frecuencia como el profeta de la intimidad, nos dice desde el principio que no ha sido elegido para "gozar de Dios" sino para entregarse a los demás. Y el modo de esa entrega será el de un profeta, el de una persona que habla en nombre de Dios.

Objeción (6). A la acción divina sigue la reación humana. Jeremías siente miedo, no por hallarse ante el Dios Santo, como Isaías, sino por la grandeza de su misión, para la que se considera inadecuado. Como Moisés, aduce que no sabe hablar, y añade un argumento de mayor peso, su edad tan joven.

Orden (7). Pero Dios no acepta su objeción, porque no le preocupan los valores o cualidades de sus mensajeros. La orden incluye cuatro vervos fundamentales para la concepción del profeta: "enviar" y "confiar una orden" por parte de Dios; "ir" y "hablar" por parte del hombre. Los cuatro se corresponden en binas: enviar-ir, confiar una orden-hablar. Esta experiencia es básica en Jeremías, que acusará repetidamente a los falsos profetas de que Dios no los ha enviado ni les ha dado una orden (cf. 14,14). Al exponer su objeción, Jeremías se había quedado en su problema personal, prescindiendo de los intereses de Dios y de las necesidades ajenas. Ahora el Señor restablece la relación yo-tú-ellos, la única que justifica una vocación.

Palabras de aliento (8), con la fórmula típica "yo estaré contigo". El verso revela un dato muy importante: el problema de Jeremías no radica en sus cualidades oratorias ni en su juventud sino en su miedo; no un miedo al mensaje, sino a las personas. Podríamos pensar que se trata sólo de fórmulas hechas, pero el resto del libro demuestra que éste fue uno de los grandes problemas del profeta durante toda su vida.

Signo (9-10). Se inserta perfectamente en el contexto. Todo lo anterior está centrado en el tema de la palabra y del hablar. Por eso Dios toca la boca[ii] y pone sus palabras en ella. Con esta última expresión -que es una fórmula hecha, como demuestran los casos de Balaán y Elías- se refrenda la autoridad del profeta, al subrayar que su mensaje no es invención humana sino palabra del Señor. En el v.10, las consecuencias de la actividad de Jeremías se expresan con seis verbos; dos de ellos (destruir y demoler) rompen el ritmo, el paralelismo y las aliteraciones. Muchos autores piensan que se añadieron aquí por influjo de textos paralelos (18,7; 24,6; 31,28)[iii]. En cualquier caso, la misión de Jeremías implica la destrucción de lo antiguo y la creación de algo nuevo. No es una vocación para el inmovilismo, para conservar lo anterior. En una época de crisis, Dios va a pronunciar una palabra importante, que no cabe en moldes antiguos.

Las diferencias con el relato de Isaías son notables. Algunas de ellas las hemos indicado de pasada. El conjunto parece totalmente diferente. El concepto de intimidad resulta más acentuado que el de servicio, típico de Isaías. Sin embargo, hay coincidencias fundamentales. Todo está en función de la palabra que se debe transmitir al pueblo, palabra de condena y de esperanza, que chocará inevitablemente con las expectativas de los contemporáneos. Por otra parte, Jeremías también descubre aspectos nuevos de Dios, inesperados quizá para él, que condicionarán toda su vida. Sobre todo, ese aspecto del Dios que lo obliga a aceptar un destino que no le atrae. Veremos más adelante lo que esto supuso para Jeremías.

NOTAS

[i]. Cf. N. Habel, "The Form and Signifiance of the Call Narratives": ZAW 77 (1965) 297-323. Distingue dos tipos de relatos: el representado por Gedeón, Moisés, Jeremías, y el representado por Isaías y Ezequiel.
[ii]. Se advierte una clara diferencia con el signo recibido por Isaías; también a él le tocan los labios, pero se trata de un rito de purificación.
[iii]. Así Volz, Rudolph, Vogt, Weiser, Steinmann, etc. Nötscher se niega a suprimirlos y Penna piensa que es posible mantenerlos para poner de relieve la misión destructora del profeta. Es difícil decidirse, aunque la eliminación de esos dos verbos permite un equilibrio perfecto entre la misión destructiva (arrancar y arrasar) y constructiva (edificar y plantar).

3. LA PERSONA

Miguel Ángel, Jeremías Jeremías nació hacia el año 650 en Anatot, pueblecito a unos seis kilómetros de Jerusalén, perteneciente a la tribu de Benjamín. Este dato es interesante porque Benjamín, unida políticamente a Judá, mantuvo una gran vinculación con las tribus del norte. Así se comprende que Jeremías concediese tanta importancia a las tradiciones de dicha zona: nos habla de Raquel y de Efraín (31,15-18), del santuario de Silo (7,14; 26,6) y, sobre todo, concede mucha importancia al éxodo, marcha por el desierto y entrada en la tierra prometida (2,1-7; 7,22.25 etc.). Por el contrario, las tradiciones típicamente judías (elección divina de Jerusalén y de la dinastía davídica) no adquieren en este profeta especial relieve.

El título del libro (1,1) indica que Jeremías era hijo de Jelcías, «de los sacerdotes residentes en Anatot». Es posible que su ascendencia se remontase a Abiatar, el sacerdote desterrado por Salomón a Anatot (1 Re 2,26). Pero esto no pasa de simple conjetura. Por otra parte, Jeremías nunca actuó como sacerdote. Algunos comentaristas han querido basar en este origen sacerdotal de Jeremías una posible formación rígida y estricta, especialmente en la lucha contra la idolatría. También esto es una suposición indemostrable.

Lo único cierto es que, todavía joven[1], recibió la vocación profética (1,4-10). No se siente atraído por ella. Como Moisés, siente miedo, se considera incapaz e impreparado. Pero Dios no admite excusas y encomienda a su mensajero la tarea más difícil: trasmitir su palabra en unos años cruciales y trágicos de la historia de Judá. (Para una exposición más detallada del relato de la vocación véase el apartado siguiente).

La introducción del libro afirma de manera indiscutible que su actividad comenzó el año trece del reinado de Josías (1,2; igual en 25,3), y en otras dos ocasiones se repite que Dios le comunicó su palabra en tiempos de Josías (3,6; 36,2). De acuerdo con esto, es frecuente fechar su vocación el año 627/626, lo que supone unos dieciocho años de actividad durante el reinado de Josías, que murió en el 609.

Cada vez más autores ponen en duda la validez de estas fechas añadidas por el redactor o los redactores. Pero la mayoría sigue manteniendo la opinión tradicional[2]. Y no falta quien, como Lohfink[3], piensa que la primera actuación profética de Jeremías es el discurso del templo, en el año 609, pero admite que antes de esa fecha desempeñó un papel público; a esa fase «preprofética» de su vida atribuye Lohfink el núcleo de los capítulos 30-31. La idea de que Jeremías actuó en tiempos de Josías me parece más adecuada, prescindiendo de que la vocación tuviese lugar el año 627. De acuerdo con esto, podemos dividir la vida del profeta en cuatro grandes períodos: los tres primeros coinciden con los reinados de Josías, Joaquín y Sedecías; el cuarto corresponde a los años posteriores a la caída de Jerusalén.

NOTAS

[1]. El término na`ar («muchacho») usado por Jeremías en 1,6 se presta a discusión. Lo demuestran las diversas opiniones sobre la edad del profeta en el momento de la vocación: 17/18 años (Hyatt); menos de 20 (Skinner, Leslie, Pfeiffer); poco más de 20 (Goettsberger); alrededor de 20 (Cheyne, Orelli); entre 20 y 25 (Penna, Mariani); alrededor de 25 (Cornill); entre 20 y 30 (Nötscher); entre 25 y 30 (Vittonatto).
[2]. T. W. Overholt, "Some Reflections on the Date of Jeremiah's Call": CBQ 33 (1971) 165-84; H. Cazelles, "La vie de Jérémie dans son contexte national et international": BETL 54 (1981) 21-39; J. Scharbert, "Jeremia und die Reform des Joschija": BETL 54 (1981) 40-57; S. Herrmann en su comentario en vías de publicación (BK XII), etc.
[3]. N. Lohfink, "Der junge Jeremia als Propagandist und Poet": BETL 54 (1981) 351-68.



martes, 21 de agosto de 2007

2. MUCHOS DATOS... PERO ¿SEGUROS?

Aparentemente, Jeremías es el profeta cuya vida conocemos mejor. Este profeta no se limitó a trasmitir la palabra de Dios; también nos legó su palabra, sus dudas, inquietudes y temores. Su personalidad aparece así como una de las más sugestivas del Antiguo Testamento. Además, numerosos textos hablan de las vicisitudes por las que atravesó, y bastantes otros han sido datados por los redactores o editores del libro. El cuadro siguiente los agrupa por colores según el reinado: Josías (627-609), Joaquín (609-598), Sedecías (598-586) y después de la caída de Jerusalén.

627/626

vocación (1,4-10)

627-609

predicación a Israel (3,6-13)

609

oráculo sobre Joacaz (22,10-12)

609/608

discurso del templo (7,1-15; c.26)

605

oráculo contra Egipto (46,2-12)
discurso sobre la conversión (25,1-11)
redacción y lectura del volumen (c.36)

palabras a Baruc (c.45)

598

palabras sobre Jeconías (22,24-30)
los dos cestos de higos (c.24)
carta a los desterrados (c.29)
oráculo contra Elam (49,34-39)

594/593

contra la rebelión (cc.27-28)
maldición de Babilonia (51,59-64)

587/586

duranteel asedio (21,1-10; 34; 37-39)
preso en el atrio de la guardia (32-33; 39,15-18)

586

después de la caída de Jerusalén (cc.39-40)


Basta un simple vistazo para advertir varios datos extraños:
1. En la época de Josías (dieciocho años según los redactores) sólo tenemos un oráculo fechado, aparte del relato de la vocación.
2. De los años 609-606 sólo tenemos dos intervenciones.
3. La actividad aumenta el año 605 (en el que tiene lugar la trascendental victoria de Nabucodonosor sobre los egipcios en Carquemis).
4. Sin embargo, no se fecha ninguna intervención en los seis años siguientes (604-599).
5. En el 598, cuando ocurre la primera deportación a Babilonia, aumenta la actividad.
6. Pero poseemos poquísimos datos de los diez años siguientes (599-588).
7. Durante el año y medio del asedio de Jerusalén es cuando se cuentan más anécdotas sobre la vida de Jeremías.
Estas lagunas demuestran que no se puede escribir una biografía completa de Jeremías. Además, algunos autores niegan valor histórico a muchos de esos relatos sobre el profeta; por ejemplo, R. P. Carroll, en su estudio From Caos to Covenant, en su comentario al libro de Jeremías y en otra serie de artículos juzga tan imposible reconstruir la vida de Jeremías como reconstruir la vida de Macbeth a partir de la tragedia de Shakespeare.

La postura más opuesta la representa W. L. Holladay: en su comentario de la serie «Hermeneia» y en su artículo "The Years of Jeremiah's Preaching": Interpr 37 (1983) 146-59, se basa en la lectura del libro de la Ley cada siete años para organizar y distribuir los textos que contienen la predicación del profeta.

Entre estas dos posturas extremas considero posible una intermedia. Aunque es preferible pecar de escéptico a pecar de ingenuo, creo que la reconstrucción histórica, con todo lo que tenga de hipotética, ayuda a comprender mejor una serie de textos del libro de Jeremías.

lunes, 20 de agosto de 2007

1. LA ÉPOCA

La vida de Jeremías abarca dos períodos muy distintos, cortados por el año 609, fecha de la muerte del rey Josías. Los años que preceden a este acontecimiento están marcados por el sello del optimismo: la independencia política con respecto a Asiria abre paso a una prosperidad creciente y a la reforma religiosa. Los años que siguen constituyen un período de rápida decadencia: Judá se verá dominada primero por Egipto, luego por Babilonia. Las tensiones internas y luchas de partidos van acompañadas de injusticias sociales y de nueva corrupción religiosa. El pueblo camina a su fin. El año 586 cae Jerusalén en manos de los babilonios y el reino de Judá desaparece definitivamente de la historia. Para comprender su mensaje es preciso conocer más a fondo los dos períodos. Los últimos reyes de Judá podemos presentarlos de dos formas: la primera, según el orden en que gobernaron (Joacaz y Jeconías aparecen en minúscula dada la brevedad de su reinado):
1. AMON (642-640)
2. JOSIAS (640-609)
3. Joacaz (3 meses del 609)
4. JOAQUIN (609-598)
5. Jeconías (3 meses del 598)
6. SEDECIAS (597-586)
Sin embargo, esta serie no permite advertir las complejas relaciones familiares entre ellos, que presento en el cuadro siguiente:

1. AMÓN (642-640)
2. JOSÍAS (640-609)

3. Joacaz (3 meses 609)

4. JOAQUÍN (609-598)6. SEDECÍAS (598-586)
5. Jeconías (3 meses 598)


La columna central ofrece la sucesión de padres e hijos. La línea amarilla significa que Joacaz, Joaquín y Sedecías eran hermanos.

1. Del 642 al 609

La muerte de Manasés (año 642) abrió un período de crisis en la historia de Judá. Este rey despótico, cruel e impío había gobernado durante cincuenta y cinco años siguiendo una política asirófila. Su sucesor, Amón, fue asesinado dos años más tarde (640). Entonces, un sector de la población muy difícil de identificar salva a la monarquía matando a los conspiradores y nombrando rey a Josías, hijo de Amón, que sólo cuenta ocho años de edad (cf. 2 Re 21,23s).

Durante su reinado cambia por completo la política interior y exterior. A partir de la muerte de Assurbanipal (ocurrida entre 633 y 627 aproximadamente), Asiria se va debilitando a grandes pasos; le resulta imposible mantener el control sobre los inmensos territorios conquistados. Esto permite a Josías consolidar su reinado y promover una serie de reformas.

De acuerdo con los autores bíblicos, donde se produce el cambio más profundo es en el orden religioso. Josías se halla en desacuerdo con la situación que le ha legado su abuelo Manasés. Hacia el 632 comienza una reforma que culminará diez años más tarde con el descubrimiento del «Libro de la Ley». En 2 Re 23,4-24 y 2 Cr 34-35 se cuentan las medidas tomadas por el rey para purificar el culto y restaurar la Pascua .

Pero la reforma religiosa estuvo acompañada de una reforma política, que incluyó entre sus puntos principales el deseo de restaurar el antiguo imperio de David o, al menos, los territorios del antiguo Reino Norte. Es cierto que esto no se dice expresamente en ningún sitio. Pero en el segundo libro de los Reyes se cuentan las siguientes intervenciones de Josías en esa zona: «Derribó también el altar de Betel y el santuario construido por Jeroboán, hijo de Nabat, con el que hizo pecar a Israel. Lo trituró hasta reducirlo a polvo y quemó la estela (...) Josías hizo desaparecer también todas las ermitas de los altozanos que había en las poblaciones de Samaría, construidas por los reyes de Israel para irritar al Señor; hizo con ellas lo mismo que en Betel. Sobre los altares degolló a los sacerdotes de las ermitas que había allí, y quemó encima huesos humanos» (2 Re 23,15.19-20). Estos datos, junto con el hecho incuestionable de que Josías se enfrenta al faraón Necao en Meguido, territorio del antiguo Israel, demuestran para algunos de forma indiscutible que este rey llevó a cabo una política expansionista en el norte, aunque no llegase a establecerse allí un sistema administrativo.

Como fruto de la independencia política y de la prosperidad creciente se desarrolla también en estos años una intensa actividad literaria: queda redactado gran parte del Deuteronomio y, según una teoría bastante en boga, aparece la primera redacción de la Historia deuteronomista .
Mientras en Judá las cosas parecen ir de bien en mejor, la situación internacional se va nublando. Hacia el 626-625 quizá tuviese lugar la invasión de los escitas, especialmente en la zona norte del antiguo Oriente, pero que llegaron también hasta la frontera de Egipto. Por otra parte, medos y babilonios están decididos a terminar con Asiria: el año 614 conquistan Assur; el 612, Nínive; el 610, Jarán. Con ello, la gran potencia que había deportado a Israel y dominado a Judá durante un siglo desaparece de la historia. Judá no podrá celebrarlo; el año 609 muere Josías en la batalla de Meguido (2 Re 23,29s). Esta derrota supone el fin de un breve período de esplendor; comienza el «viaje de un largo día hacia la noche».

2. Del 609 al 586

Al morir Josías, el pueblo nombra rey a su hijo Joacaz. Su gobierno sólo durará tres meses. El faraón Necao, al volver de su expedición, lo destituye, impone a Judá un tributo de tres mil kilos de plata y treinta de oro y nombra sucesor a Joaquín (Yoyaquím), hombre despótico e incrédulo, que se ganará la animosidad del pueblo y, sobre todo, del profeta Jeremías.

El año 605, en Babilonia, Nabopolasar, bastante enfermo, encarga a su hijo Nabucodonosor de la campaña, y éste conquista a los egipcios la aparentemente inexpugnable fortaleza de Karkemis. Con ello, el equilibrio entre Egipto y Babilonia se rompe en favor de los babilonios. Ese mismo año sube al trono Nabucodonosor y comienza su política expansionista. Joaquín, vinculado políticamente al faraón, se niega a aceptar el dominio de los nuevos señores del mundo. No obstante, el 603/602 deberá pagar tributo. Lo hace obligado por las circunstancias, y aprovechará la primera ocasión para dejar de pagarlo (600). Nabucodonosor, ocupado con otros problemas, no lo ataca de inmediato. Pero, en diciembre del 598, se pone en marcha contra Jerusalén; ese mismo año muere Joaquín, probablemente asesinado por sus adversarios políticos , y sube al trono Jeconías. Al comienzo de su reinado, los babilonios asedian Jerusalén y tiene lugar la primera deportación. Entre los desterrados se encuentra el mismo rey, que Nabucodonosor sustituye por Matanías, tercer hijo de Josías, cambiándole el nombre por el de Sedecías.

Los primeros años de Sedecías transcurren en calma. Sólo el 594/593 hay un intento de rebelión que no llega a cuajar. Pero en el 588 niega el tributo. Nabucodonosor le declara la guerra y asedia Jerusalén el 5 de enero del 587. Tras año y medio de resistencia, la capital se rinde el 19 de julio del 586 . Sedecías y los jefes militares huyen, pero son capturados cerca de Jericó y llevados a presencia de Nabucodonosor, que manda ejecutar a los hijos de Sedecías; a éste lo ciega y destierra a Babilonia (2 Re 25,1-7). Un mes más tarde tiene lugar el incendio del templo, del palacio real y de las casas; las murallas son derruidas y se produce la segunda y más famosa deportación.

Los sucesos posteriores (nombramiento de Godolías como gobernador, su muerte, huida a Egipto, etc.) es preferible estudiarlos en relación con la vida de Jeremías para no repetir datos.